Benson Latin American Collection

Defensa de la plaza de Veracruz por el general SANTA-ANNA contra los Franceses, donde salió herido el día 5 de diciembre de 1838

s.f. C. Aiyon Editor. “Se vende 1a Calle del relox no. 2.”

Genaro García Imprints and Images, Colección Latinoamericana Nettie Lee Benson, General Libraries, the University of Texas at Austin.

Litografía.

A pesar de ser conocidas como la “guerra de los pasteles”, las hostilidades de Francia respecto a México en 1838-1839 no fueron un episodio humorístico o ligero de la historia nacional, sino uno de muchos acosos a la joven nación en bancarrota, fatalmente endeudada e incapacitada para reponerse y hacer frente a los poderes extranjeros, mientras pronunciamientos diversos distraían sus mermadas fuerzas armadas y se gestaba ya la independencia de Tejas. El conflicto con Francia consistió en ocho meses de bloqueo a los puertos mexicanos, a partir del 16 de abril de 1838; la toma del castillo de San Juan de Ulúa el 27 de noviembre, y el ataque el 5 de diciembre al puerto de Veracruz: la valiente respuesta de los veracruzanos fue la segunda de las cuatro veces que debieron defender su puerto. 

¿Por qué Francia decidió bloquear los puertos mexicanos cuando estaba cerca de firmar un tratado comercial con la joven nación? ¿Por qué decidió primero bombardear Ulúa, y luego desembarcar en Veracruz cuando ya había obtenido sus exigencias? La prensa francesa alimentó en la sociedad de ese país un clima hostil y belicista, de desprecio hacia la joven nación americana, así como ocurrió en los Estados Unidos en ocasión de las diversas hostilidades que promovió respecto a México.  En el caso francés, incidentes aislados que no eran imputables al estado mexicano fueron aumentados fuera de toda proporción. Un funcionario francés, el barón de Beaumont, conocedor del episodio y conocido del ministro de asuntos extranjeros de Francia en la época, el conde Molé, ofrece una lectura sumamente crítica de la actuación de su país, que destaca las injusticias y las incongruencias de esa intervención. En pocas palabras: “usted rompió la paz sin necesidad”; “la opinión pública pretende que condujo mal la guerra: se le acusa de haber desperdiciado nuestras fuerzas”. Permita el lector que demos voz a los juiciosos argumentos de Beaumont en este texto.

Como una explicación a la tan intensa como gratuita hostilidad de Francia, Beaumont da el interés que tenía la Luisiana en perjudicar a México: 

¿Quién no sabe que la Luisiana vive de la explotacion de los negros, y que, amenazada, en este odioso tráfico, en el norte, por la libertad de los principales estados de la unión, al sur, por la libertad mexicana, la Luisiana, al suscitarle problemas a México, combate por la esclavitud?
En ausencia de tratado comercial entre los dos países, Francia pidió a México una indemnización enorme, de 600,000 pesos, por las pérdidas humanas y materiales de conciudadanos suyos, comerciantes, durante la revolución de Independencia y los convulsos años posteriores. Pedían además la destitución de un juez, un general y un coronel.  Respecto a la indemnización, la diferencia radicó en que México aceptaba pagarla en forma “contradictoria”, esto es, sin que causara derecho, por no justificarse legalmente en ausencia de un tratado comercial. Respecto a la segunda reclamación, México aclaraba que no correspondía al ejecutivo proceder a semejantes destituciones.  Esta respuesta mexicana fue rechazada con vehemencia por la parte francesa, lo que condujo al ultimátum del barón Deffaudis del 21 de marzo 1838 (“puso usted, bajo el nombre de Francia, enojo y exageración”, escribió Beaumont). Ulimátum que además fue ilegal, pues las autoridades francesas involucradas no tenían en ese momento capacidad legal para ello. Beaumont escribía al ministro que fueron solo dos  agravios los que suscitaron todo el problema: “una familia francesa fue horrible y publicamente masacrada en un pueblo de México; otros dos franceses, también publicamente, fueron ejecutados en Tampico”. En el primer caso, escribe el ilustrado Beaumont, campesinos muy ignorantes, aterrados por una epidemia de cólera, atribuyeron la mortandad a esa infeliz familia y la degollaron. Episodios iguales han ocurrido, escribe, en Francia, en Italia: “pero nadie pensó en dar por cómplice de los verdugos al país mismo que los vio nacer”. En el segundo caso, los franceses, junto con soldados de fortuna de otras naciones, habían tomado las armas en las filas de los tejanos insurrectos; por lo que Beaumont considera que “México hizo muy legitimamente uso de su derecho”. 

El comandante Bazoche, al mando de la escuadra francesa, procedió a ordenar el bloqueo, que inició el 16 de abril de 1838 y duró ocho largos meses. El bloqueo era “amistoso”, declaró Bazoche, “pues la Francia confiada en su buen derecho no quería desde luego aniquilar a México con el peso de su poder” (citado en México a través de los siglos). A decir de Beaumont, en el bloqueo “nuestros esfuerzos se agotaron en la tarea contradictoria de perjudicar a los mexicanos sin perjudicar a los neutros que comercian con ellos”. Esto último lo desmiente Olavarría y Ferrari, quien relata que diversos puertos alternos –“Alvarado, Tuxpan, Cabo Rojo, Soto la Marina, Isla del Carmen, Huatulco y Manzanillo”-, se habilitaron para el comercio para compensar los derechos que se perdían por el bloqueo de Veracruz,  “pues los bloqueadores apresaban cuantas embarcaciones intentaban penetrar en el puerto, con grande complacencia de los muchos franceses que allí moraban”. 

El 17 de noviembre, y sin suspensión del bloqueo, tuvieron lugar las negociaciones de Jalapa. El contra-almirante Charles Baudin, el atacante, era igualmente el negociador: “todo el talento del mundo no sabría dar el perfume de la paz al ramo de olivo que se presenta en la punta de una espada”, objeta Beaumont. En esas negociaciones, México aceptó pagar los 600,000 pesos y Francia renunció a la destitución del juez y los militares; “en Jalapa, México cedió a pesar de la amenaza y resistió a pesar de la amenaza”. Esta negociación hacía evidente la inutilidad del bloqueo y mostró, desde luego, la inutilidad e injusticia de la guerra que siguió. Pero Baudin añadió en Jalapa la petición de un millón de pesos como indemnización por los gastos incurridos por Francia en el bloqueo; y que la indemnización al comercio  francés fuese no extraordinaria sino legal: “fue una guerra nueva que tuvo lugar después de la otra”. 

Al bloqueo siguió la expedición de Baudin: el bombardeo de Ulúa (27 de noviembre) y el breve desembarco de fuerzas francesas en Veracruz (5 de diciembre). Fulmina Beaumont al ex ministro Molé que la expedición

era demasiado considerable si usted sólo tenía en la mira el fuerte de Ulúa; estaba mal constituida si usted quería ir más lejos (…) De hecho, usted pensaba que el sometimiento de Ulúa llevaría al sometimiento de México. De hecho también, usted supo oportunamente que la conquista de ese inútil castillo sólo sería embarazosa para usted.

Sobra decir que ni Ulúa ni Veracruz estaban equipados para enfrentar a la escuadra francesa. Con la poca gente y armas disponibles, el general Antonio Gaona, su comandante, condujo por cuatro horas y media una heroica defensa del castillo. Tras su captura, Gaona firmó el 28 de noviembre las Capitulaciones de Ulúa y el general Manuel Rincón, jefe de la plaza de Veracruz, una convención similar respecto a Veracruz.  Pero dos días después el gobierno de Anastasio Bustamante desaprobó ambos acuerdos, declaró el estado de guerra con Francia y dio el mando de Veracruz a Antonio López de Santa Anna. Este recibió su nombramiento en la noche del 3 de diciembre. El 5 Baudin ordenó el desembarco en Veracruz, con este propósito expreso: 

El objeto de la expedición es tomar los dos fortines que flanquean la ciudad al este y oeste, y hacer prisionero al general Santa Anna, que ha entrado en la ciudad con un pequeño número de tropas y ha violado la capitulación. (México a través...)

Según el propio parte de guerra de Baudin, la principal resistencia contra el avance francés provino de un gran cuartel cerca de La Merced, que hizo a los franceses siete muertos y un gran número de heridos. Protegido por muchos sacos de tierra, su portón resistía a los cañonazos del enemigo, mientras los mexicanos hacían llover fuego de fusil por las ventanas. Esta resistencia decidió a Baudin a ordenar el reembarque, pues ni quería sitiar el cuartel, ni tomar prisioneros; su propósito había sido el desarmamiento de la ciudad, “efectuado ya a toda nuestra satisfacción” (a pesar de encontrarse bajo el fuego mexicano); además, “se temía un fuerte norte anunciado por el estado de la atmósfera” que les dificultaría el reembarque (México a través…).

La litografía representa los momentos inmediatamente posteriores al disparo del cañón que cubría la retaguardia de la retirada de los franceses, ese 5 de diciembre. La siguiente es la descripción, entre soberbia y socarrona, que Santa Anna da del acontecimiento en que perdió media pierna y un dedo. Aquí aparece nuevamente la conducta ilógica de los franceses, que tras siete meses de bloqueo a los puertos mexicanos, y de las pérdidas humanas que su aventura les ocasionó, en su precipitada partida abandonaron un cañón y, herido e inconsciente, al comandante mexicano a quien se habían propuesto aprehender:  

El almirante Baudin, su segundo y el príncipe Joinville habían penetrado a la plaza por tres puntos. Este último a la cabeza de cuatrocientos soldados de marina se dirigió a la casa de mi habitación para apoderarse de mi persona. Buscándome con empeño encontraron al general Arista, a mi ayudante el coronel Jiménez y a mi camarista. El príncipe impaciente por no haberme encontrado dijo: ¡ah! Escapó de ir a educarse a Paris. Al almirante le pareció fácil tomar los cuarteles y los atacó con sus fuerzas reunidas. Cinco horas de inútiles esfuerzos le hicieron conocer su equivocación, y emprendió la retirada. La ocasión presentábase propicia, y no era yo el que había de esquivar un buen servicio a la nación. Al frente de una columna de quinientos soldados salí al alcance de los que osaron provocarnos creyéndonos débiles. Aspiraba a impedirles el reembarco y obligarlos a rendirse a discreción, para apoderarme de la escuadra. Creía contar con la brigada de Arista, muy distante de pensar que éste había pasado la noche en mi propia casa, burlándose de mis órdenes. Los enemigos caminaban con más ganas de llegar a sus lanchas que de batirse: cubría su retaguardia un cañón de a ocho. Intenté tomarlo y para detenernos lo dispararon; disparo fatal que me hirió gravemente, a la vez a mi ayudante el coronel Campomanes, a un oficial de primera fila y siete granaderos, salvándose así los franceses. Pero tan aturdidos estaban, que abandonaron el cañón sin advertir el daño que había causado.

Después de dos horas de privado, recobré el sentido. Asombrado reconocí mi situación. Encontrábame en la sala de banderas del cuartel principal en un catre, acostado, con los huesos de la pantorrilla izquierda hechos pedazos, un dedo de la mano derecha roto y en el resto del cuerpo contusiones. Todos opinaban que no amaneceria con vida, también yo lo pensaba. ¡Ay, las ilusiones cuánto poder tienen! Regocijado contemplaba la ventaja obtenida sobre un enemigo altivo, que creyó no mediríamos nuestras armas con las suyas, y el entusiasmo me enloqueció: a Dios pedía fervorosamente que cortara el hilo de mis días para morir con gloria… ¡Ah! Cuántas veces he deplorado con amargura en el corazón que la Majestad Divina no se dignara acoger aquellos humildes ruegos… ¡Arcanos incomprensibles! … Mi enojosa vida se conserva, y los nueve individuos heridos conmigo fallecieron en poco tiempo, y fallecieron alternativamente los cinco cirujanos que me operaron, y no confiaban en mi curación. (pp. 47-49)

Los mexicanos persiguieron a los franceses hasta sus barcos, y aquellos desde estos bombardearon los cuarteles durante dos horas más. Las operaciones militares terminaron pero Baudin ordenó la continuación del bloqueo. La llegada de una escuadra británica mayor a la francesa a fines de diciembre cambió las cosas para los franceses, que aceptaron junto con México la intermediación del ministro plenipotenciario de Inglaterra, Ricardo Pakenham. El Tratado de paz,  firmado en Veracruz el 9 de marzo 1839, dio fin a la guerra con Francia. En México Francia no pudo encontrar daños suficientes entre sus conciudadanos para repartir a cabalidad los 600,000 pesos que debió entregarle Mexico. 

Bibliografía:

Lettre a M. le Comte Molé sur la question méxicaine (Paris, mars 1839), par le Baron de Beaumont, ancien sous-préfet de Meaux, etc. Paris, chez Bohaire, Boulevard des Italiens, 1839. En Gallica,  consultado el 2 de octubre de 2017 (traducciones nuestras). http://gallica.bnf.fr/ark:/12148/bpt6k55780293.r=M%C3%A9xique%201838?rk=193134;0

José Bravo Ugarte, “El conflicto con Francia de 1829-1839”, en Historia Mexicana, vol. 2, núm. 4 (8), abril-junio 1953. El Colegio de México. Consultado el 28/08/2017. http://historiamexicana.colmex.mx/index.php/RHM/article/viewFile/517/408

José Bravo Ugarte, “Guerra de Francia a México (1838-1839)”, en Enciclopedia de México, tomo VII. Director, José Rogelio Álvarez. México, SEP, 1987.

Antonio López de Santa Anna, Mi historia militar y política, 1910-1874. Memorias inéditas. Consultado el 28/08/2017. https://archive.org/details/mihistoriamilit00annagoog

Enrique de Olavarría y Ferrari, México a través de los siglos, Tomo Cuarto, Libro Segundo. Obra dirigida por Vicente Riva Palacio. México, Ballescá y Compañía, y Barcelona, Espasa y Compañía, 1884.

Ficha

Fecha de creación

1838-1839

Periodo

1800 d.C. - 1849 d.C.

Tipo de artículo

Litografía

Descripción física

Litografía

Institución

Benson Latin American Collection

University of Texas at Austin